Continuidad y contingencia en Siegfried y el Profesor Canella. La complejidad del ser y el acontecer
Continuidad y contingencia en Siegfried y el Profesor Canella.
La complejidad del ser y el acontecer
La complejidad del ser y el acontecer
(Publicado en Yuyaykusun Nº 8, 2015 )
http://revistas.urp.edu.pe/index.php/Yuyaykusun/article/view/110/101
Carolina Ortiz Fernández
I
En los años 20 del siglo XX, un acontecimiento ocurrido en Verona acaparó la atención de los italianos, la historia del profesor Canella, un sobreviviente de la guerra que había perdido la memoria y por el cual se disputaban dos mujeres de distinto estrato social.
El caso inspiró a muchos artistas y escritores, entre ellos a José Carlos Mariátegui, quien escribió Siegfried y el Profesor Canella. Lo curioso es que el escritor y dramaturgo francés Jean Giraudoux en 1922, anticipó los hechos en la ficción. Escribió Siegfried et le limousin, una novela ambientada en Alemania en tiempos de guerra, con un contenido similar a lo acontecido en Verona sin haberlo conocido, con esta novela obtuvo el premio Balzac. Una vez ocurrido los hechos de Verona, Giraudoux impresionado llevó su novela el teatro enriquecido con la inverosimilitud de lo real, en ese sentido la vida real superó en falsedad a la ficción.
En años más recientes, Enrique Vila Matas también se sintió atraído por la trama y publicó Impostura que quedó finalista en el Primer Premio Herralde de Novela en 1983. En esta ocasión me referiré al texto escrito por José Carlos Mariátegui, indagaré sobre la relación entre ficción y realidad, saber y poder, sobre la complejidad del ser y el acontecer.
Siegfried y el Profesor Canella se ubica en tiempos previos, durante y después de la Primera Guerra Mundial en las ciudades de Turín, Verona y Milán entre 1914 y 1929 aproximadamente.
El protagonista, Giulio Canella, vecino de Verona, antes de la guerra fue un disciplinado y generoso profesor de segunda enseñanza, cuyas condiciones de vida transcurría sin apremio; era un humanista amante de José Carducci, que a decir de Mariátegui, guardaba un equilibrio emocional semejante a la arquitectura de Verona.
Pero no era original, asumía los gestos y pensamientos de otros personajes como suyos, los ademanes didácticos del profesor Aquilanti y exponía como suyas algunas ideas de Adriano Tigher.
A los 30 años contrajo matrimonio con una sobrina de madre y padre italianos pero nacida en Brasil, situación que habría contribuido a modificar un poco su pensar y actuar grecorromano porque la joven trajo de “América una vaga reminiscencia de floresta virgen y cierta exaltación de nuevo mundo y de trópico”; (Mariátegui, 1988: 22 ) resaltando así la significativa influencia del entorno natural y territorial en la conformación de las identidades.
Pero no solamente el matrimonio motivó su cambio sino también la guerra y la tragedia en Sarajevo, en donde murieron el 28 de junio de 1914 el Archiduque Francisco Fernando de Austria y su esposa, suceso que, entre otros, habría influido en el desencadenamiento de la Primera Guerra Mundial.
Mario Bruneri era un tipógrafo nacido en Turín. Al igual que Canella se sentía atraído por Carducci y por las huellas del Risorgimento. A diferencia de él, anhelaba una Italia socialista y unida. Tenía una fe esperanzadora en el progreso, era seguidor de Cavour, uno de los impulsores de la unificación de Italia. Vivía en un pequeño departamento, socialista y sindicalista le entusiasmaba leer a Karl Marx y el diario socialista francés L’Humanité.
El tipógrafo y el profesor tenían la misma edad y poseían un asombroso parecido, ambos estaban casados. Ante la guerra, tenían dos visiones distintas, Bruneri se mostraba indiferente y Canella animaba la participación de su país. Ambos fueron soldados e integraron el mismo destacamento militar. Los dos cayeron en combate. Sobrevivió Canella, un soldado herido lo reconoció como Mario Bruneri; habiendo perdido la memoria no pudo confirmar la identificación. No obstante, la burocracia fascista, los médicos y los jueces, es decir, los profesionales administradores del estado, que representan el saber y la ciencia, así como los compañeros de trabajo lo identificaron como Bruneri. La señora Bruneri lo acogió, mientras que a la señora Canella le informaron de la desaparición y muerte de su esposo.
Transcurrido 12 años, Canella, con la identidad de Bruneri, continuó sintiendo un vacío por dentro; por eso, como mecanismo de evasión abandonó a su esposa, el oficio de tipógrafo y huyó a Milán, lugar donde intentó suicidarse. La policía lo encontró en un callejón y lo condujo a un manicomio. Nuevamente amnésico y sin identificación, publicaron su foto en el diario, la señora Canella lo reconoció y feliz de encontrarlo lo llevó a casa, tuvo que afrontar un juicio que conmovió a toda de Europa.
II
Saber y azar. Continuidad y contingencia.
La vida cotidiana está llena de encuentros casuales, de eventualidades, acontecimientos insospechados. La casualidad, lo inesperado aparece como un mensaje que se distingue porque quiebra la rutina, Milan Kundera da cuenta de ello: “…lo que ocurre necesariamente, lo esperado, lo que se repite todos los días es mudo. Sólo la casualidad nos habla”. (Kundera, 1993: 52).
Asentir que el acontecimiento marca huellas inesperadas no implica que lo cotidiano sea efectivamente mudo, sino que el hecho de su continua repetición no nos permite ver aquello que oculta. En cambio, el acontecimiento, la contingencia es como un resplandor que quiebra/ abre el panorama de lo rutinario.
El azar en Kundera está asociado a contingencia.
¿Fue casual que sobreviviera Canella y no Bruneri, que los dos tuvieran un asombroso parecido y que estuvieran en el mismo regimiento?
Sabemos que un cuerpo herido, identificó a otro soldado también herido del mismo regimiento N° 10 como Mario Bruneri; según sus declaraciones Bruneri había caído tras una fuerte explosión. Las probabilidades de sobrevivencia en una guerra depende del escenario y el poder, el número o porcentaje de muertos y heridos es predecible, precisar la muerte y sobrevivencia individual es aleatoria.
Lo que llamó la atención a José Carlos Mariátegui fue la contingencia, el acontecimiento inesperado que abrió interrogantes sobre la complejidad de lo real, la relación entre la construcción de la realidad y la ficción, entre objetividad y subjetividad, entre poder y saber,
Lo que no fue casual, fue que los representantes del saber y los administradores del estado, sujetos a un principio de totalidad basado en la omnipresencia positivista, redujo toda explicación a un principio, cuya significación era consideraba común a todos los fenómenos.
La ley positivista del episteme moderno, daría cuenta de una verdad irrefutable. La ciencia, el saber adquiere un rostro autoritario que se impone en el tejido económico, en la medicina, en las instituciones sociales, las mentalidades, los hábitos políticos y su tecnoburocracia. El positivismo se basa en evidencias, en experiencias, en objetividades, en documentos, explica todos los fenómenos a partir de la inducción, establece un seguimiento de continuidades que deja de lado el mundo de la subjetividad y el inconsciente, separa mente y cuerpo. El positivismo elimina toda duda, toda ruptura, las singularidades, las contingencias.
Para una mentalidad positivista hegemónica en la ciencia y las instituciones de los años 20 todo aquello que no encajaba en las continuidades había que erradicarlo.
Sus huellas aún están de algún modo en el presente, a diferencia del pensamiento postmoderno de Vattimo que sostiene la necesidad imperante de continuidad que controle toda discontinuidad y dispersión que se da entre el presente y el pasado, entre los diversos saberes sobre el mundo; para Mariátegui, Foucault y la teoría social que emerge en América Latina, la continuidad no puede existir sin la discontinuidad, sin la contingencia. Continuidad y ruptura van de la mano, como bien señala Foucault quienes privilegian las continuidades ansían asegurar la unidad del sujeto hegemónico y dispersan toda inestabilidad, buscan eliminar la pluralidad, el azar, la duda. Lo que se encuentra en la historia de las ciencias y del pensamiento es que vislumbran continuidades y rupturas.
Las redes simbólicas no son irreductibles a un único sentido ni en la vida cotidiana ni en el imaginario ni en el conocimiento. En lo simbólico circulan imágenes hegemónicas y subalternizadas de los habitus, de la política, la historia, los saberes y sabores, los olores, los afectos, las geografías corporales y territoriales, las ciencias entendidas como campos de fuerza. Las discontinuidades, las contingencias, las rupturas, no separan necesariamente dos épocas, sino que son signos que abren nuevas referencias, que revelan horizontes que estaban ocultos y que pueden convertirse en continuidad.
El saber médico, al escuchar hablar al desconocido reconoció en él un acento turinés y, en la búsqueda de evidencias objetivas y continuidades, asoció la evidencia corporal, aislado de su subjetividad, a la declaración del sobreviviente que lo identificó como Bruneri, el tipógrafo turinés. Los datos antropométricos y los exámenes realizados por el área médica coincidían con las aseveraciones del testigo, por lo que inmediatamente el médico declaró como veraz su identificación. La nueva personalidad que el aparato y el saber médico y sus instituciones dio a Canella fue la de Bruneri, se le consideró en la relación oficial de los heridos y a Canella entre los desaparecidos.
¿La vida excede a la novela en inverosimilitud?
Durante las primeras décadas del siglo XX, Italia se encontraba en proceso de industrialización, el ascenso del fascismo iba unido al nacionalismo, las guerras imperiales y coloniales. El fascismo, del que da cuenta Mariátegui, precisaba de una burocracia que calzara con el positivismo, no buscaba la verdad si no una verdad sujeta a sus dispositivos. Para todo aquello que escapaba a su normatividad aplicaba una sanción o lo resolvía según la mirada imbuida de racionalismo/ positivismo. Esta burocracia actuaba en nombre del padre/ jefe/ ley omnicomprensiva del saber.
Si los jueces del tribunal de Turín hubiesen leído Siegfried et le limousin de Jean Giraudoux, no les habría parecido tan inexplicable e inaudito el extraordinario caso del tipógrafo Mario Bruneri, reclamado por dos esposas legítimas (…) Pero los jueces y los pretores de la Italia fascista ignoran a Giraudoux ( Mariátegui. 1988: 19)
El problema no era su desconocimiento de la literatura francesa en sí, sino la ignorancia del mundo de la subjetividad y el inconciente en el ser y el acontecer. La burocracia y el saber científico italianos y europeo de los años veinte del siglo XX estaban inspirados e imbuidos de positivismo y racionalismo encarnados en el fascismo, éste vinculado al futurismo y al racismo, como visión del mundo totalizador y salvador tuvo pretensión universal, exaltó la guerra, el objetivismo, el nacionalismo, la lucha y la muerte. Por eso, la policía, los tribunales, médicos y psiquiatras (la ciencia médica) no se interesaba ni prestaba atención a asuntos que no demostraran materialidad y atribuyeron a Giulio Canella una esposa y una identidad que no eran suyas construyendo así una realidad falsa, ajena a lo real.
El positivismo propuesto en el siglo XIX por Comte, cuyas huellas permanecieron en todo el siglo XX y aún en el siglo XXI, defendía la elaboración científica a partir de la descripción y explicación de los hechos basados en documentos y evidencias fehacientes, Bruneri, es decir el profesor Canella en su convalecencia, no podía afirmar ni oponerse a que lo llamaran Bruneri pues había perdido el noventa por ciento de su memoria profesoral y conyugal.
Después de recuperar sus facultades físicas le dieron de alta,
(…) cierta vaga nostalgia de hogar, de matrimonio y de sopa doméstica era el único sentimiento que lo llevaba de la mano en este asombrado descubrimiento se sí mismo. El profesor Canella había muerto. Quien tomaba el tren para Turín, en una mañana lluviosa, era, según sus documentos, no contradichos por sus recuerdos, el tipógrafo Mario Bruneri.” (Ibídem, 33)
Lesión del espíritu. El mundo de la subjetividad
La señora Bruneri tenía las mismas dimensiones físicas que la señora Julia Canella y un encanto que a sus sentidos aturdidos por la amnesia podía parecer la de una mujer veronesa nacida en Brasil. Pero había algo que le atormentaba y no sabía qué. La señora Bruneri, informada plenamente por el médico sobre la salud del esposo, tampoco prestó demasiada atención a los cambios que encontraba en él.
En el “subconsciente” de Canella se guardaban los recuerdos que afloraban y se desenredaban de manera paulatina. Mariátegui introduce en la reflexión la importancia del inconsciente desde la visión de Freud.
Si bien la ciudad se le hacía desconocida, su inconsciente revelaba su amor por la historia, por eso no le llamó la atención encontrar en la ciudad turinesa las estatuas de Garibaldi, el Rey Víctor Manuel I, el parque del Valentino, los portales, las galerías, las plazas, las calles, los museos.
Al recorrer “… la Armería se desprendieron del fondo de su subconsciente palabras pertenecientes, sin duda, a sus lecciones sobre la Edad Media; pero que, en ese instante, eran para el ex profesor la prueba palmaria de que él había deambulado por esos salones, muchas veces en su vida.” (Ibídem, 38)
Lo que sentía nuevo en su vida era la factoría de la Fiat. Tampoco se amoldaba a su espíritu el oficio de tipógrafo que pertenecía a la Italia industrial moderna que surgió a comienzos de siglo. La subjetividad de Canella imbuida de Verona, Carducci y el Risorgimento, si bien ponía voluntad en el trabajo no lograba la pericia de Bruneri. Lo que llamó mas la atención a sus compañeros de trabajo fue el abandono de los ideales socialistas y de la revolución social.
Las prácticas cotidianas como tipógrafo no correspondían al habitus desempeñado por el profesor.
Algo no marchaba. Después de un tiempo de tratar de identificarse con Bruneri, una fuerza inexplicable lo empujaba en sentido inverso, estaba confundido y quiso salir de la apatía. Había algo que lo impulsaba a evadir a su esposa, su oficio y su reciente identidad, buscó marcharse sin rumbo. El pretexto fue una joven, cuyos rasgos, ojos grandes y boca pequeña, le recordaba a su verdadera esposa. Un turinés no se habría marchado acentúa Mariátegui. Su huida era resultado de una conmoción, de un desequilibrio interior.
Para Mariátegui no se trataba de infidelidad, por el contrario podía corresponder “por excepción, a un esfuerzo de fidelidad y monogamia.” (Ibídem, 48) al fugar de una esposa casual, el profesor Canella “tendía, en verdad, a la fidelidad, a la monogamia” , afirmaba Mariátegui. (ibídem, 53)
Lo que lo condujo al adulterio era una gran fuerza interior, el deseo de liberarse de las circunstancias cuyo registro la memoria desconocía. La evasión constituye la búsqueda de verdad.
Peso y levedad dualismos equívocos
Canella huye de Turín, de una ciudad como de una mujer, porque no es feliz. Huye del destino del gran peso de ser Mario Bruneri, de su condición de tipógrafo, llevaba los documentos de identidad que le recordaban ese pasado inquietante, ¿por qué no liberarse de ellos? ¿por qué no liberarse de esa gran carga? Recuerda a Julia Canella sin ser plenamente consciente de ello, el recuerdo es liviano, ligero; en cambio los papeles pesan y los arroja en las aguas grises del río que cruza Milán. También quiso huir de la vida quitándosela con una navaja de afeitar.
La policía lo encontró herido y nuevamente sin memoria, logró su cometido ya no era Mario Bruneri, se quitó esa gran carga de ser lo que no es y se quedó en el vacío, carente de la red protectora que brinda la familia, los amigos, los compañeros del trabajo.
Lo que construyó en tantos años, fluía y pesaba en su liviandad. Ser lo que uno no es constituye una carga tan pesada que no le queda otra cosa que la huida.
Canella huye en busca de la verdad, huye del mundo que lo acosaba sin ser parte del suyo, tenía sed de familia, de sopa hogareña, de una mujer que no era la que los tribunales dictaminaron como suya.
En la apariencia, en la evidencia, las instituciones imbuidas de positivismo habían construido una verdad que era la más absoluta mentira.
La señora Canella, segura que algún día encontraría a su marido, leía los periódicos todos los días. Un día vio su retrato en La Doménica del Corriere. “El sol de Brasil brillaba en los ojos de la señora Canela como en los mediodías de Sao Paulo” (Ibídem, 63)
La villa Canella, en Verona, albergó la felicidad de la pareja. Canella reconoció a su esposa, a su villa y finalmente, su biblioteca; y empezó a recuperarse con una rapidez que no ocurrió cuando estuvo con la señora Bruneri.
La Sra. Bruneri también vio la foto, pero por su estado no pudo ir, prefirió escribir una carta al Director del Manicomio de Colegno. Para Mariátegui, carecía de la usanza sentimental de las veronesas. La Sra. Bruneri identificó al desconocido como su esposo cuyo oficio era la de tipógrafo. Tuvo que acercarse al manicomio para atestiguar.
El profesor Canella confiaba en la justicia, la ciencia y el código, por eso no se negó a someterse a los tribunales y psiquiatras. Los interrogatorios y confrontaciones continuaron. Los pocos testigos de Canela no lo conocían mucho. En cambio, los testigos de Turín estaban plenamente seguros. Siendo Bruneri había sido acusado por estafa, las huellas del cuerpo: impresiones digitales y la cicatriz en la espalda, le identificaban como Bruneri. Hubo una gran curiosidad pública. Las dos mujeres hablaban con convicción, mas a la señora Bruneri le faltaba pasión.
La policía finalmente decidió que Giulio Canela era Mario Bruneri y quedó en libertad. El tribunal de Turín, desde su visión positivista “se atenía a las pruebas físicas, a los testimonios múltiples”. El hombre de Colegno era Bruneri.
La señora Canella que había esperado doce años a su marido lo recogió y se lo llevó desafiante aunque legalmente ya no era su marido. “La policía y la psiquiatría de la Italia fascista resolvieron, sin demora, que un solo italiano no podía ser al mismo tiempo el tipógrafo Bruneri de Turín y el profesor Canella de Verona…” (ibídem, 68)
Al profesor Canella le entusiasmaba el reencuentro con la señora Canella, pero siendo un clásico ortodoxo, respetuoso de la ley y el orden, no se sentía él mismo, le importa la opinión de las autoridades y que la ley lo reconociera como Canella, se sentía un impostor y un mantenido por una viuda. El profesor Canella se sentía casi Mario Bruneri, los doce años transcurridos como Bruneri pesaban, habían dejado huellas en la sociedad italiana, en Europa y en él mismo. He ahí la complejidad del ser y el acontecer.
Coda
Mientras escribía este breve texto, un 27 de febrero de 2008, Santiago Martín Rivas, que dirigía al grupo paramilitar Colina, declaraba: “Yo nunca he sido oficial de inteligencia, he sido oficial de ingeniería (…) tenía una actividad alterna en inteligencia (…) Está usted partiendo de la novela, es una falacia. La novela no es una fuente de derecho.” El neopositivismo, en el Perú, está presente aún en diversas instancias.
Obras citadas
Kundera, Milán; 1993. La insoportable levedad del ser, Barcelona, RBA.
Foucault, Michel; 1972. La arqueología del saber, México, siglo XXI editores
Mariátegui, José Carlos; 1988. La novela la vida, Lima, Amauta.
Vattimo, Gianni; 1991. Etica de la interpretación, Barcelona, Paidos ibérica
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