A tientas o la búsqueda poética en la memoria







A tientas o la búsqueda poética en la memoria

Por: David Antonio Abanto Aragón


Hablo 
para taparle 
la boca 
al silencio 
Ak’abal, Humberto. «Hablo», Guardián de la caída de agua. 2000
Comprendí y aprendí que la poesía es un trabajo de todos los días, y que no la elegimos, sino que nos elige; que no nos pertenece, sino que le pertenecemos; que no es otra cosa que la realidad y a la vez su única y legítima puerta de escape.
Blanca Varela. «Antes de escribir estas líneas». En: Cuadernos Hispanoamericanos. 1985.
Se retrocede con seguridad
pero se avanza a tientas
Benedetti, Mario. «A tientas», La vida ese paréntesis. 2000.
a tientas. 1. loc. adv. Valiéndose del tacto para reconocer las cosas en la oscuridad, o por falta de vista.
Diccionario de la Real Academia Española de la lengua. 2014.
Inicio
Carolina Ortiz Fernández (Lima) ha publicado con perseverante determinación su creación poética por un periodo que abarca ya más de dos décadas. Esta se empezó a desplegar en Cuando la luna crece (1996) y continuó con Una vela encendida en el desierto (2000) con el cual recibió uno de los premios Horacio del Centro Cultural José Antonio Encinas de la Derrama Magisterial, al que se sumó Un gato negro me hace un guiño (2006), poemario finalista en el Premio Copé de Poesía 2005 y, ahora, A tientas (Vagón Azul editores, 2016), libro finalista en el Premio Copé de Poesía de 2015. 
Una atenta lectura de sus obras pondrá de manifiesto posturas constantes y dialogantes que se nutren entre sí. En el conjunto de su creación podemos hallar el mismo anhelo y la misma búsqueda de una transformación profunda que beneficie efectivamente a las grandes mayorías subyugadas, garantizando plenamente la prosperidad y la libertad del individuo y de los pueblos.
Nuestra intención es realizar una aproximación al modo cómo esa indagación se manifiesta en A tientas, su más reciente poemario, entendido como un viaje de la memoria a través de treintaun poemas para, en palabras de Antonio Sarmiento, «mostrar el discurrir dialéctico de la existencia». Una travesía que comienza en el ámbito del hogar, continúa en el de ese hogar colectivo que es el país y, en su afán totalizador, se abre al mundo «una patria íntima» en imagen de Sarmiento.
El hogar
A tientas se abre con dos epígrafes, el primero de Edith Södergram y el segundo de Hugo Jamioy Juagibioy, creadores de dos mundos que dialogan en igualdad de condiciones a través de las páginas de este poemario para invitarnos a iniciar la travesía que nos propone la autora apelando al «recuerdo» y «los lugares de encuentro».
Luego, tenemos la primera sección del libro «con los ojos vendados» compuesta por cuatro poemas que inician el recorrido por la memoria «caminando por el poniente» (p. 11) con ventanas que se abren y «se abre lo insondable» con «voces sonrientes» que invitan a la autora «conectada a la embriaguez /de los cantos que me habitan» a preparase para «contar los sueños que recojo» al lado de sus compañeros de ruta hermanados en su búsqueda estética sin fronteras de ningún tipo, ni generacionales ni espacio-temporales.
llevo una pluma y hojas negras
para contar los sueños que recojo 
aire voluptuoso de las nubes
veo entonces a domitila chúngara a clarice 
linspector a edith södergran 
contagiadas de los cantos de la bella chuquisuso
veo al danzante del viento cantando a la madreselva
al muchacho del bar en la frontera 
a ludy d. y al pastor de perros tejiendo y destejiendo en alta mar
los veo navegar junto a mis hermanas en velero
me veo a mi misma sobre un noa noa milenario
conectada a la embriaguez
de los cantos que me habitan
(caminando, p. 11)
Los sueños recogidos en las «milenarias canciones++» (p. 17) nos trasladan al espacio familiar, el primer hogar, donde el horizonte se siente «desde el intenso azul serrano», en el que aparecen el abuelo que lee el diario, el gran abuelo capaz de contar historias con la mirada, la abuela que brinca «sobre los pasos de mi madre», una madre que «habla con los pájaros y cientos de historias/brotan de sus labios» (p. 13), la hija, «mi hija y mi madre reencontradas en sus cuerpos», la «hermanita mayor», como símbolos de esos «puentes colgantes» para compartir y «servir pan (…) alrededor de la hornacina/tierna y bondadosa/de sus manos?» (p. 16) o símbolos de los discretos recuerdos de las inmemoriales partidas «mi hermanita mayor se fue esa mañana».
Sus versos nos muestran de modo innegable que la belleza puede ser albergada en el objeto más insignificante, en el gesto más común, siempre y cuando ella, la artista, lo plasme con toda honestidad vital.
mi abuelo se sienta a mi lado para contarme con la mirada 
sus historias de magia y amaranto  
con su lapicero de tinta huaracina traza unas líneas 
que mis ojos siguen mi abuelo se marcha suave 
silente feliz.
(la niña sin lámpara azul, p. 12)
El hogar/país-la casa de FGP
La segunda sección del libro, «coloraturas de mi onqoy», nos abre nuevas ventanas en trece composiciones que convocan a la solidaridad a modo de plegarias que aterrizan en el otro que es uno mismo, que somos todos y también todas, como opina Maruja Barrig.
La sección se abre con un epígrafe de Martín Adán, «nuestro poeta maldito» según lo afirmó Mario Vargas Llosa en la ceremonia de entrega del Premio Nacional de Cultura en el área de Literatura, que convoca a la «Piedra que me representa» como imagen símbolo del hogar colectivo que «ya era cuando yo nacía» y en el que «Siempre comenzará la vida».
Un hogar colectivo que siendo «la casa de/FGP» (p. 22), es también «el país de guaman poma», «el país de verástegui», «el país del carmelo», «el país del tungsteno» (p. 32), pero también «saweto» (p. 31) o «Camëtnsá» (de donde proviene el concepto de botamán, p.36), el hogar de cada lector de A tientas… total el hogar, la comunidad, el país, la patria está más allá de las fronteras que separan y dividen en una época caracterizada, se nos dice todos los días, por la «globalización». 
Estamos en el espacio donde, la voz poética cuestiona el encasillamiento en el egoísmo cínico de la vida tras las fronteras en las que late el deseo de reducir la complejidad del mundo social a una sola dimensión y de verlo sometido a una fuerza única. 
el riesgo manufacturado es la angustia
de un río 
que se apaga sin palabras 
el suplicio del caracol 
sumergido en su yo interior
(ayer mataron a sabino romero, p. 32)
Ortiz Fernández es capaz de darle la vuelta a la composición símbolo de la Lima criolla por excelencia, deconstruyendo la imagen de su protagonista que ya no camina airosa, derramando lisura y dejando aromas de mistura a su paso del puente a la alameda. 
sonríe la calabaza cuando el gato gris
se abalanza sobre llorosas uvas
que se sienten secuestradas como 
una manzana mordida enclaustrada
en habitaciones humanas tan lúgubres
como una cebolla cortada con lágrimas
(sin jazmines en el pelo ni rosas en la cara, p. 35)
Aquí irrumpe uno de los ejes de la obra de Ortiz Fernández, la presencia desgarradora del sufrimiento humano frente al cual no hay una explicación convincente (los intentos nunca acabados se pueden encontrar en sus textos ensayísticos que son una indagación incesante) y las palabras no bastan para dar cuenta de la conmoción que produce buscando vanamente a través de comparaciones que brindan una idea siempre aproximada de él y su acción sobre el ser humano.
¿qué sabes de los bosques muertos? ¿del agua agridulce 
del estanque?
¿qué sabes del pecho ensangrentado? ¿del andar? ¿del mar 
y la añoranza?
qué sabes de la adrenalina de la noche?
de la endorfina? 
¿de construcción civil y botamán?
(sonrió la sandía pepitas negras en el corazón (p. 36)
Un espacio que interpela a través de los símbolos que lo habitan «machupicchu y chambi», «nuestro hermano de paruro», «fgp» («guaman poma»), «mama julia», «sabino romero», «bertha cáceres» y «verástegui», «la juanita», «antonia». Símbolos «siempre en combate» (p. 29), que «defiende(n) con su pecho/la vida a borbotones» (p.30), retoman «el rumbo/de las palabras secretas» (p. 33) y con los cuales «la distancia se acorta» porque nos unen, nos integran con los otros que somos nosotros mismos.
Y es que la poesía de Ortiz Fernández nos recuerda que podíamos nombrar a nuestro sufrimiento sin nombrarlo, a nuestro dolor sin llamarlo. Y al hacerlo lo desarmamos, lo dejamos inerme, nos apropiamos de sus armas y atenuamos su actuar. Por eso, cuando sentipensamos (ver p. 22 y p. 33) que hemos conseguido algo, un pequeño triunfo común y que hemos llegado a un fin, nos conviene recordar que estamos, una vez más, ante un nuevo comienzo. Una renovación.
como en los viejos tiempos
remangamos la tristeza y comenzamos a construir
ladrillos y ladrillos de esperanza
(fgp en san cristóbal, p. 30)
Es el inicio de una nueva vuelta, una revuelta: «hay una nueva corónica encendida en el desierto?» (p. 33). Precisamente, cuando el mundo parece que comienza especialmente de nuevo, es el tiempo de la poesía.
La poesía es, desde su surgimiento bajo la luz brusca del relámpago hasta la penumbra violenta de nuestra época, una pertinaz y terca heterodoxia, un incesante movimiento en continuo y permanente comienzo.
ahora me toca a mí: con los ojos
vendados intento escribir 
la luz se va de a pocos
cuerpos quebrados ríos rojizos
con los ojos vendados la distancia se acorta
solo se mira por dentro
(con los ojos vendados dices adiós a los caminos, p. 39)



El baobad continente
La tercera sección de A tientas, «cronopio olvidado» se abre con un epígrafe de Emily Dickinson que invita al reconocimiento de una fraternidad sin barreras que será desplegada «en tiempo y rutas compartidas» a lo largo de sus nueve poemas a través de símbolos como el «el joven veinteañero» acompañado por su «perrito lanudo», «la madre africana» con sus hijos, «el hijo de tejedores genoveses», las «bellas musulmanas subsaharianas» («mis hermanas musulmanas»), el «niño en goreé», «la cabecita de ajo acaramelado», el «baobab», «lucho barrios y lucho hernandez», «alejandra pizarnik», «la bella chuquisuso y máxima acuña». 
todo cambia en tiempo y rutas compartidas
hasta el tiempo de la rosa en agonía
preludio de la diáspora lozana
en el corazón de la tierra y la cornisa dakariana
en el gibraltar el carmen y tierra colombiana
diáspora haitiana verdes hojas sobre
los senos de la muchacha sin prisiones
(un baobad un continente, p. 58)
Estas composiciones constituyen espacios en los que las proporciones e intensidades relativas de lo dicho y lo no dicho se alteran y se modifican.
ahora canto y muevo los labios en actitud imperfecta
recuerdo mi sueño era una comarca desguarnecida
un pensamiento solitario 
un cronopio olvidado en el patio de la casa un transeúnte
desconocido que rompió el silencio de la noche
los cuerpos subyugados no descansan en paz la mañana
se viste de indignación perfecta un abrigo una ilusión
en la vera del camino sucesivas llamadas telefónicas
bolaño y los perros románticos no conocen
los cantos que acompañan
los campos de mis pasos
(puerto de palos, p. 48)
Precisamente Aníbal Quijano nos recuerda que «toda escritura, y más si es literaria, también está acompañada de silencios. Cuando se decide escribir esos silencios, el camino se abre hacia alguna subversión». Hay, siempre, en cada palabra que nombra esos silencios una pequeña magia de rehumanización, de resurrección.
Esta vez  las composiciones nos sitúan en un espacio que es todos los espacios «como en cualquier parte del mundo» (p. 44) donde la vida produce también una erosión interior de los espíritus, debido al empleo sistemático de las palabras, no para designar (dar significado) a las cosas sino para disimular sus contrarios. Y es el comienzo del fin. Porque solo así —como ocurre en las guerras— es posible llegar al extremo del desprecio: negándole al otro cualquier vestigio de humanidad.
Por eso el apremiante llamado de la voz poética:
silla desolada no sabe a 
dónde ir
tal vez donde lo más amado una sombra es

abrázala niña abraza las tormentas de su alma
antes que el mundo convulsione en esta casa
en esta vasija de barro 
como en hiroshima mon amour
(una silla desolada, p. 52)

Estamos ante una utilización que implica la transformación de todos los valores en máscaras de su contrario. Frente a ello, la voz poética de estas composiciones asume una posición como interlocutora, lo que supone dialogar con una poética desde una historia común de violencia frente a todas las personas y todos los pueblos subyugados de toda índole consciente de que «La subalternidad no es un todo coherente y fijo, definido por sí mismo; es también un constructor que asume múltiples formas histórica» (Ortiz Fernández: La letra y los cuerpos subyugados, p. 86).
al final de la estación enmudecen las palabras
alejandra pizarnik se deshace de las piedras opresoras
abandona la isla 
la bella chuquisuso y máxima acuña
la aguardan en la laguna sagrada 
¿me olvidarán? (pregunta)
les cuentan de pariacaca de los amores y mares desflorecidos
comarca sin iris grano de oro que lacera
inagotable noche 
por fortuna
se dejan escuchar entre ilegales latinoamericanos
poesía amorosa
poesía infiel
(con un cigarrillo entre los labios, p. 60)
Esto supone el reconocimiento de que existen espacios de encuentro histórico e intercultural dentro de la diversidad discursiva. Y es que la poesía es de todos y de nadie, de todos los sexos y de ninguno.
Precisamente Ortiz Fernández manifestó, al comentar un poemario de Willy Gómez Migliaro la esencia de la poesía: «Poesía es compartir en la cotidianidad, imaginar y construir un país otro, a la manera de Prometeo, resurrección en la derrota, sin llantos, sin el egocentrismo del hombre animal desnudo» [las cursivas son nuestras].
(…) el semáforo no se prende si no para acortar 
los aires hoy risueños de sus pasos muchachas y muchachos
púberes arropadxs en clásicos jeans convergen y sus encendedores 
abrigan la mañana (…)
(grafitti, p. 44)
Ante la ausencia se levanta un andamiaje para contextualizar las partes y, a la vez, construir «piedra sobre piedra» (seudónimo empleado por la autora al momento de presentarse al Premio Copé) una sección del libro donde todos se encuentran (los pueblos indígenas y afrocaribeñolatinoamericanos, mujeres y hombres) y se abre inmejorable a un mundo esperanzador con el horizonte de la existencia lleno de un color optimista que nos da la oportunidad de afirmar que «hoy es una mañana menos fría en esta ciudad fantasmal» (p. 44).
me alisto a comprar el diario en el kiosko de la esquina me 
sorprende la sonoridad de los autos la sonrosada lluvia de 
temblores el llanto y las palabras de una niña en un idioma 
distinto al mío que comprende mis apresurados gestos la 
madre africana con un pañuelo turquesa sobre el cabello 
ensortijado pasa vertiginosa con su bebé entre los brazos y 
otro en el coche azul de la mañana
(grafitti, p. 45)
Por eso, al acercarnos a las composiciones de A tientas, es bueno considerar lo que afirma Miguel Ildefonso, la «voz poética asume distintas biografías que se relatan en fragmentos, creando poco a poco un coro de voces en esta Comala no occidental» en pos, añadamos, de una precisión que encubra una generalidad ancestral, una verdad válida para todos, un secreto a voces. Una verdad antigua y de hoy mismo, sin fechas… poesía del tiempo. 
todo cambia en tiempo y rutas compartidas
hasta el tiempo de la rosa en agonía
preludio de la diáspora lozana
(un baobad un continente, p. 54)
Cada línea que escribe es con, sobre, contra, hacia, por y para el tiempo. Poesía sin tiempo. Ortiz Fernández sabe que el tiempo es una forma de la memoria o la memoria es una forma del tiempo «la vida recomienza cada día» (p. 56). La memoria es creadora y actúa de un modo profético y «libera la fe y las montañas/ apretujando suavemente el corazón» (p. 53). 
en sus delantales
bellas musulmanas subsaharianas 
reconstruyen el poema sin palabras
la más pequeña persuade al curioso turista inglés 
su pañuelo por un traje amorosamente diseñado

recuerdan la mañana dominguera bajo el puente los sabrosos 
tamales abrigados en el canasto de aquella muchacha que 
buscaba mi padre desde lejos
ahora que pasas con tu niño sobre la espalda
con el pañuelo que recoge tu cabello
admiro tu sonrisa a pesar de la intensidad
de las batallas cotidianas
(delantales afrocaribeñolatinoamericanos, p. 49)
Cada vez que la memoria trata de recordar algo lo reinventa, la poesía es un asunto de invención. Ahí radica la paradoja de la poesía. La poesía es la memoria de los pueblos y es, a la vez, la parte secreta del alma de cada uno y de los pueblos en la cual de modo muy oscuro y muy ambiguo se perfila «a tientas» el futuro.
en los pasillos del fondo de la casa
 la verdad a tientas amanece
en el fogón de la ternura
(con un cigarrillo entre los labios, p. 61)
amorelados
Compuesto por cinco «guiños de complicidad en una ciudad áspera y de sorpresas», como expresa Barrig, la cuarta sección del libro nos muestra una minuciosa elaboración y construcción de un mundo que pareciera reivindicar un realismo documentario, una arqueología del presente. Sin embargo, en la misma esencia de las demás composiciones del libro, estamos ante lo contrario. Nos arranca de la realidad inmediata y nos somete a otra en otro tiempo sin fronteras ni fechas precisas.
Y es que para Ortiz Fernández, así es la vida: un ejercicio de minuciosa observación de la resignación, la angustia, la felicidad, el dolor, la esperanza, de los otros y de ella misma, para después ofrecernos esas pequeñas obras maestras que son sus poemas y en las que todos nuestros mundos están reflejados. Obras, no simples explosiones emocionales.
Una ética que quiere crecer y afirmarse con humor y pensamiento crítico, en su tono antisolemne, en las fisuras de las instituciones donde cada relato resulta más virulento que otro.
En una época en la que se pretende una creación literaria convertida en sinónimo de burda persuasión, es decir, en una rama de la comunicación y la política, resulta edificante leer con deleite el arte puesto de manifiesto en estas composiciones con la urgencia transitoria de respuestas a preguntas no formuladas e interrogantes sofocadas.
Envío
Hay poetas magistrales cuyo campo de acción es la tierra entera; otros, magistrales también, no buscan viajar más allá de su horizonte físico. A estos últimos, el rincón familiar les basta para analizar, describir y ensalzar con una actitud sutilmente insumisa la condición humana en su totalidad. Carolina Ortiz Fernández, es de estos últimos, por eso para ella el mundo se subsume en la comarca de la memoria, ese territorio libre, en permanente vigilia y siempre selectivo que sueña y va a la raíz de la experiencia del ser humano.
Sin duda, los poemas de A tientas se inspiran en lugares y tiempos precisos, pero sus lectores nunca sentirán que se trata de un virtuosismo mimético, de color local, porque sus lugares son todos los lugares y sus tiempos son todos los tiempos, y por eso mismo ninguno.
Cómo no emocionarnos con la destreza de la poeta para otorgar voces a biografías múltiples en las que, como lo señaló Teresa Cabrera, convergen generaciones no como fatalidad sino liberación y ceden su lugar a experiencias que nos comprometen a comprender su preocupación por lo subalterno integrándonos a ellas. 
Cómo no conmovernos con su oficio para expresar sensaciones, sentimientos y pensamientos tan distintos de los que estamos acostumbrados a tener de golpe y que, sin embargo, como en su momento lo ponderó María Emma Mannarelli convocando la obra de Virginia Wolf, por obra de su encantamiento verbal, aparecen tan nuestros, íntimos y cotidianos como para entregarnos a ellos en su vaivén.
La escritura poética, lo sabemos, es un asunto de invención e imaginación y estas —como sucede en el pensamiento, como ocurre en el arte— no dependen solo de la inteligencia, sino del coraje díscolo ante las excelsas verdades y las pequeñas miserias de la existencia.
El principal conflicto de la sociedad reside en las brechas creadas entre el conocimiento y la decisión, entre el encadenamiento de la imaginación y el acto resolutivo de sus dilemas.
A tientas de Carolina Ortiz Fernández (o Carolina O. Fernández) nos muestra que nada hay más real que la imaginación y el poder de transformación de la realidad que depende exclusivamente de ella y no exige ninguna adquisición ni precisa ningún aparato ni promete ningún logro, nada más que el lujo austero de ir por ahí, con una abundancia de sensaciones que se parece mucho a la fortuna. 
Independencia, junio-julio de 2017



David Abanto, Carolina O. Fernández, María Emma Mannarelli, Teresa Cabrera



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