Las flores del mal en Canción del abismo



Las flores del mal en Canción del abismo de Matilde Granados
                                  
Por Carolina O. Fernández



Canción del abismo(1) es el segundo poemario de Matilde Granados Requejo, su lenguaje íntimo, perturbante  caló en las entrañas cuando lo leí por primera vez hace casi dos años, como lo hace hoy y me interpela a preguntar ¿Cuáles son los principios que gobiernan nuestras vidas proyectando su  oscuridad excesiva o excesiva luz de pragmático actuar? 

Los 20 poemas que componen Canción del abismo viajan desde lo abisal instaurado por un orden  social autoritario que se encarna en la vida  de las voces poéticas heridas de muerte: niñas, niños, mujeres y jóvenes. Los  20 poemas configuran  tropos trágicos y abismales de la existencia en busca de caminos que  afirmen  la vida. Su poética afronta el poder que arrebata la energía  vital. Los sujetos enunciantes se construyen a sí mismos en la frontera entre la vida y la muerte desde el estado agónico de la creación y la existencia.

La metáfora del abismo supone descender al submundo de la especie humana,  mundo espectral  gobernado por una violenta teleología autoritaria que subyace en el principio de muerte que acompaña a Mary Bell, la “hija subterránea” , “niña asesina” en el mundo real, cuyo cuerpo encarna  la violencia  normada por la ley  del padre omnipotente asociado a la exigencia de alta productividad que enajena la existencia: “Mary Bell, / hija subterránea. Vas con los senos vacíos/ derramando tus babas de muerte./ Deseas que  devore con mi cuerpo/ tu ira descabellada.” 

O cuando se escucha  el lamento de la voz poética  de una madre que señala el principio de muerte  que ordena la vida: “¡Nos están matando! / ¿Por qué se quedan callados? / Han decapitado  vivo a mi hijo/ lo cortaron en 16 pedazos/¿Quién les dijo que nos pusieran en un campo de batalla?” . Dice bien Carmen Ollé cuando afirma que Matilde Granados reconstruye un universo mórbido, subterráneo, muy sugerente.(2)

El escenario configurado abate la existencia y  pese a todo  no logra acallar las voces en agonía, entre ellas la de un niño que vuelve sus ojos al interior de los seres mas cercanos y más amados: “Mi padre /se preparaba un trago./ Mi madre / golpea a mis ojos/ Contra su pecho. /No alcanzaba a escucharlos. / Me había ido.”

La ley del padre omnipresente, poder que norma la vida, se materializa  en las heridas corporales y mentales  de jóvenes mujeres, las hiere propinándoles el peor castigo de su historia porque sus normas que ordenan la vida se inmiscuyen en el gobierno de su sexualidad, porque  durante miles de años constituye un campo estratégico de control y disciplina del cuerpo productivo de manera semejante a la política de esterilizaciones forzadas que se ha realizado en el Perú.  Canción del abismo lo revela. Se siente el influjo de Casa de cuervos de nuestra querida y gran poeta  Blanca Varela. Es un arte poética que se pronuncia desde lo más recóndito. Irrumpe en el proceso creativo desde las profundidades del inconsciente, por eso su carácter perturbante que asocia  la escritura poética con la metáfora del parto creador. 

En el libro se configura  un tropo de maternidades interrumpidas. Se siente la voz poética del hijo no nacido y de la joven madre en hospitales clandestinos, voces  expectrales que recrean la experiencia vital asociada al impedimento de  la procreación impuesto por el padre, que da cuenta de  la soledad y el desamparo de jóvenes mamás. El útero materno es una casa que no les pertenece: “Un niño gato/ acostado en la camilla/ de un hospital clandestino /-un niño, niño, niño- / con la cabeza apoyada/  en el filo de un cuchillo. / Canta muy cerca/ de mi cama/ con la lengua rota/ la canción del vacío."

Hijas que llevan una herida a la altura de la boca de abajo carcomida por punzantes puntillazos no por decisión propia, sino por disposición de un orden que ha naturalizado su violencia desgarrando el amor.  Mas, vivir con la cabeza y cuerpo abatidos  no tiene sentido, su poética apuesta con admirable brío en alzarse desde el abismo para darle un sentido propio, contumaz a la existencia, el asunto es crear una urdimbre distinta a los dominios autoritarios.

Canción del abismo construye  imágenes  de sorprendentes escenas en que las flores del mal, seres considerados superfluos recrean un mundo en proceso de descomposición a través de la tensión agónica del proceso creativo: “Niños asesinos/ clavan cuchillos en mis ojos./ Se toman mi sangre/ para volver a la vida.” 

La hija subterránea, los hijos desaparecidos, los niños homicidas, las madres que han perdido a sus hijos en batallas irracionales inventadas por los hombres actúan en esa tensión entre la vida y la muerte. El hijo no nacido pone en cuestión el ansiado objeto de deseo: “Papá, ¿quieres jugar a coserte la boquita?”, porque el cuerpo de la madre es el cuerpo del hijo acribillado.

Las maternidades, infancias y vidas interrumpidas en un territorio  anómico, un cosmos de muerte,  de desamor y  distancia irrumpen ante un logos dominante, logos autoritario que circunda, ordena e impone revelando, al mismo tiempo, que es un logos con profundas grietas que convierte a la creación poética en un acto de redención.  La creación supone sacrificio. La voz del niño no nacido, sujeto enunciante,  se siente como un eco junto a la madre para dar cuenta de su propia gestación en la ficción: “No morirás/ todo es ficción”
La escritura para Matilde Granados es como ese tránsito entre la vida y la muerte, esa luz que se prende y apaga, que perturba y conmueve, que acapara nuestro ser con angustiosa sensación.

(1) Canción del abismo, Chiclayo, Ediciones Prometeo desencadenado, 2016.
(2) Carmen Ollé, Canción del abismo, ibídem.

28 de agosto de 2017

Presentación de libro Canción del abismo de Matilde Granados,

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