Al borde de la noche

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Al borde de la noche de Ana María Intili: ¿De qué perdida claridad venimos? (1)

                                                            Por Carolina O: Fernández

Es para mí muy grato comentar Al borde de la noche, el último poemario de la poeta Ana María Intili en su segunda y cuidada edición del 2017. Su lectura me ha llevado a viajar por las sombras que circulan en nuestras travesías y a entender que en ese viaje, la ternura, la amistad, la música y la querencia de nuestras raíces; luces y sombras que  también emanan de la escritura poética, constituyen la suma ineludible de intensidades y paradojas que es el vivir.

El poemario  amorosamente dedicado a sus hijos es también un homenaje  a la amistad a través de su gran amiga Gladys Basagoitia. 
El texto se divide en dos partes, que no llevan un título específico y se diferencian por los epígrafes que lleva cada una. En la primera, el epígrafe es de Alejandra Pizarnik y en la segunda  de Blanca Varela. Ambos epígrafes nos permiten comprender los sentidos del poemario.

 “La última inocencia” de Pizarnik guarda una íntima relación con Al borde de la noche.  El yo poético entiende que la noche ronda la vida todo el tiempo. La noche es cíclica diría Borges, y sin ella  sería imposible entender  la vida:

LA ÚLTIMA INOCENCIA 
Partir
en cuerpo y alma 
partir. 

Partir
deshacerse de las miradas 
piedras opresoras
que duermen en la garganta. 

He de partir
no más inercia bajo el sol 
no más sangre anonadada 
no más fila para morir. 

He de partir
Pero arremete ¡viajera! 
 Alejandra Pizarnik 

Cuando se hace carne el linde con la muerte y se siente su continuo ir y venir,  entonces se  descubre la fugacidad de la existencia:

AL BORDE DE LA NOCHE 
se asomó la mar como un pájaro 
al borde de la noche 
asomó su boca llena de viento 
de tibia arena /de caracolas 
arrojadas/ monedas de oro
en el desierto 

La primera parte constituye  un viaje por las sombras y sus nocturnidades que avasallan sin distingo social. A veces roza levemente, otras  acecha con gran intensidad, hasta que finalmente llega la definitiva. Los encuentros y desencuentros con la muerte, en sus distintas tonalidades, es universal, nos persuade y acapara; pero antes de su toque final su apuesta es por la vida, para eso hay que embestir con brío,  como bien lo señala Pizarnik: “He de partir/ pero arremete ¡viajera!”, embiste, vive intensamente.

En el  combate cotidiano, que es el vivir, se intenta arrasar las sombras que hieren y abaten la existencia, hasta  “arrancarse dolorosamente los ojos” :

GOTA ALUCINADA 
qué pena surgirá ahora
que he matado la antigua sombra 

ahora que arranqué mis ojos 
para comérmelos hasta no dejar 
rastro 
ni una herida
ni una gota alucinada 
que delate la ausencia 

mirar la última soledad del rocío 
oír dulcemente a Bach 

oírlo y morir 
hundiendo casas 
como penas 
como barcos en la costa
donde se agazapan
antiguas sombras 

El arribo de la noche es una condición humana, nos envuelve y nos perdemos por episodios o en su totalidad, el yo poético lo sabe, lo siente en su ámbito físico y mental, recordemos que Ana María es neuróloga y psiquiatra, sabe que la noche puede dibujar y repintar lo que nuestra especie cree impenetrable.
Ana María como Pizarnik y Borges es atraída por la nocturnidad, por su ritmo movedizo de luz y oscuridad. Se vive y se muere todos los días, sus sombras y brumas nos atrapan. 

MEMORIA DE MIS OJOS 
he vendido mis labios
para acallar
esa lejana
rama venenosa 

más allá de lo no nacido 
y no es verdad
que me arrepienta 

creo en los espejos

creo en la luz que dispara el tiempo 

creo en la llama obscura 
y escribo
la historia 
como ave 

Las nocturnidades en sus distintos ritmos y matices constituye  la principal materia poética del libro. 
La segunda parte, se inicia con un epígrafe de Blanca Varela:

 ¿De qué perdida claridad venimos? 
Por el mismo camino del árbol y la nube, 
ambulando en el círculo roído por la luz y el tiempo.

Estos versos nos invitan  a interrogarnos sobre la condición humana, sobre  la relación entre la vida y la muerte,  entre la luz y la sombra. La vida es un signo luminoso, del cual venimos para  llenarnos de sombras. Habitar la sombra es un terreno espinoso y de luz que alumbra el entendimiento y los sueños. La soledad de quien escribe es también umbría y luminosa, supone comunión con la vida o desolación.

Los halos de luz provienen del espejo y sus reflejos temporales , de la música y los pinceles, de los rayos que amanecen antes de arribar a  la mar, de la penumbra, de los sueños, de los recuerdos de “la niña manzanilla”, de “la pasión por el papel”, del tiempo, de la espesura y ligereza del bosque.

Para la enunciante, el/ la poeta es un centinela, umbral, candil, cerrajero de verjas. Noche, mar, niña paz y Renoir, intimidad, ojos arrancados, memoria, lluvia, viajera, hija o hijo del tango y del fandango, hija o hija del famoso compositor Cadícamo, del bandeonista y director de orquesta Troilo, de la actriz y cantante Tita Merello o de Tiresias, fantasmas ojos carcomidos hasta que “la claridad/ nos atraviese /por una esquina / redonda”. Porque “ sólo es verdadero/ el corazón de arrabal/ y el mate amargo”.

Por todos estos motivos felicito la publicación de la segunda edición de Al borde de la noche  de Ana María Intili y los invito a disfrutar de su lectura.

Campo Ferial Amazonas, 01 de febrero de 2018.


Carolina O. Fernández 

(1) Comentario en la presentación del libro

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