Cuando la luna crece. Poemas de Carolina O. Fernández

Cuando la luna crece cumple veintidós años


Cuando la luna crece (1996) de Carolina O. Fernández

Esta mañana, mientras reorganizaba mis pequeña biblioteca, hallé mi primer libro y me reencontré con él después de mucho tiempo.  Cuando la luna crece (1996), cumple veintidós años. Fue publicado gracias al empuje y apoyo de mi entrañable amiga Efrany Ramirez y su esposo Aldo Ocaña; sin ellos no habría sido posible. Es un libro escrito como el primer andar, con grandes equívocos y con un lenguaje sencillo dedicado “A los amigos que vienen con el viento”, por lo que fue  distribuido gratuitamente entre ellos sin presentación pública alguna. 
Cuando la luna crece fue el intento de un nuevo comienzo. Nuevo, porque si bien siempre me sentí cercana a la poesía, las necesidades de   supervivencia y resistencia cotidiana me alejaban de ella, en un tiempo de violencia estructural, violencia política y crisis de paradigmas. Desde entonces me acompaña.

Entre los ochenta y los noventa, la total oscuridad buscó imponerse  desangrando al país.  He ahí el porqué de la cubierta plenamente oscura y el  título con letras rojas.
Cuando la luna crece comprende un conjunto de textos, cuyas enunciantes configuradas,  jóvenes adolescentes trabajadoras de los barrios populares, construyen   a partir de lo que podríamos denominar  la recreación del lenguaje de la supervivencia diaria,  algunas imágenes, en una época en que empezó a circundar el fantasmal lenguaje del éxito y el asesinato de numerosos dirigentes comuneros tales como Jesús Oropesa y en la capital María Elena Moyano y Pascuala Rosado. Una de sus secciones lleva el siguiente epígrafe: "No permitas aún que / la dulzura se aparte de ti" del querido poeta Enrique Verástegui.

(Algunos textos que se salvan de la incineración:


PROHIBIDO REIR
decía un cartel en el
Ministerio de la Felicidad


I


Hemos recorrido estepas  Flotando en el tiempo

entre la flor que levanta la cabeza
y la que cae deshojada en lodo

Hemos recorrido ahítos

en el fango de la esfínter
y aunque algunos no lo quieran
Entre la hierba que emerge solitariamente fresca




u  n  a    m a  n  z  a  n a

p  e  z  ó  n     e b  r  i  o

d  e  s  a  m  o  r 

g r i e t a s   p l a n e t a r i a s

o v u l a c i ó n

h e c a t o m b e    i n t e r i o r

v  a  h o    i  m  p  l a c a b l e

d o n a i r e   a r r o g a n t e

d  e   l a   r o s a




Pensando en las chicas del 51

No soy una Madonna

no tengo las piernas
de la Barby
Tengo las uñas sucias
dientes en el pubis
y dos dunas inmensas
Unos tacos de segunda
y un chopo de agua
que ofrezco sin medida
La tele no anuncia el
enigma de los ojos de
mi padre de mi madre
el arenal de sus meji-
llas ni nuestra estéti-
ca redonda  Teme a la
muchacha de trapo
a las wawas
del tiempo    Somos
algo muy especial


Me apresuro a llegar a casa cuanto antes

me encanta saborear contigo el aroma del café

Me detienen una lágrima 

y más allá el atuendo de la tarde
les quito el maquillaje
son niños más ancianos 
que sus padres

hurtaron sus risas

y el tambor que nunca tuvieron en sus manos


Me pides que comentes tu viaje por el mundo

qué puedo opinar
si no comprendo las leyes del mercado
y apenas sé de mí
O tal vez exagero
y algo sé
algo de las piedras que guardo
piedras de barro y polvo
Acaso
sé del color de sus formas
de su lasitud
pero de sus heridas
qué sé
si guardan el tiempo que las horada
cada segundo de todos los presentes
y yo 
partícula de tiempo
ignoro el porvenir


           (a pesar de todo lo que dices su
         voz es un poco tuya)

Es posible que su voz sea un poco mía
que su esencia sea mi esencia
que su mirada y su cuerpo
sean mi mirada y mi cuerpo
y mi tiempo su tiempo? Noo

por eso maravillosamente distintos




La ciudad aprisiona
las semillas
con amable rudeza
sus manos las liberan
Edifican los ensueños y
descubren el ojo de agua
de la Julia
A prisa multiplican el rostro
de la diva
Y le piden al viento que les de fuerzas
Para envolver con su olor a la diosa
esquiva




De la última parte del libro:

III

Lentamente
despierta un ojo de la muchacha
que yace en la caverna
y luego otro y otro
multitudes de sor juanas
de marías y jesuses oropesa

(como yo carecen de virtudes de

prudencia   de razón)

se desnudan lacerantes

arrasan miasmas

Epílogo

Virtudes desvergonzadas en primer plano
flores del mal trenzan sus cabellos
en nuevos y legendarios parques infantiles


Carolina O. Fernández

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