Autoridad materna, afectos y poder
Autoridad materna, afectos y poder.
Diáspora, estado nación y transnacionalidad
Diáspora, estado nación y transnacionalidad
en “Consolata”, Paraíso, de Toni Morrison (1)
Por Carolina Ortiz Fernández
afroindoamericanas, episteme, cuerpo y territorio, Pakarina / UNMSM, 2014.
Introducción
En los años 80 del siglo XX, Ronald Reagan y Margaret Thatcher impusieron la política económica neoliberal acompañada de un reforzamiento militar y una agresiva cruzada a nivel global, que condujo a la crisis europea y mundial, no sólo en los ámbitos de la economía y las finanzas sino también una crisis de sentido, crisis alimentaria, ecológica, social, de género. Thatcher fue una de las primeras mujeres que accedió a ocupar un alto cargo gubernamental en el mundo occidental, le siguieron numerosas mujeres que despertaron esperanza por los cambios que podía suscitar el novedoso gobierno de una mujer en un orden hegemónico de dominio sociosimbólico masculino y patriarcal.
La Dama de Hierro no tardó en demostrar su pragmatismo y autoritarismo, abasteció de armas a Pinochet, dispuso destruir el Belgrano y a los hermanos argentinos que navegaban en él. Numerosos artistas le dedicaron canciones y cuestionaron las políticas internas y externas dictadas por ella, entre ellos Elton John, el cantante de Los Smiths, entre otros.
Morrisey en una entrevista, en 1984, declaró: "Ella es sólo una persona. Ella puede ser destruida, ese es el único remedio para este país”. En 1988 incluyó en su primer disco en solitario “Viva Hate” la canción Margaret On The Guillotine. En una carta reciente publicada en The Daily Beast, titulada: “Thatcher Was a Terror Without an Atom of Humanity’"señaló: “Cada movimiento que hacía estaba cargado de negatividad: destruyó la industria manufacturera británica, odiaba las artes, odiaba a los luchadores de la libertad irlandeses y los dejó morir, odiaba a los ingleses pobres y no hizo nada por ayudarles, odiaba a Greenpeace y a los activistas por el medio ambiente” . El día que se anunció su muerte, numerosos manifestantes ingleses lo celebraron. No cabe duda que al gobernar de modo autoritario, teniendo como marco el fundamentalismo del mercado, el colonialismo interno en la Unión Europea y en el propio Reino Unido, Thatcher expresó su desprecio por la vida y contribuyó a fortalecer el patriarcado capitalista ganándose el repudio de una buena parte de la ciudadanía. Su estilo de gobierno y las decisiones geobiopolíticas que asumió constituyen la asunción del modelo patriarcal autoritario encarnado en una mujer.
Las peruanas y latinoamericanas tampoco constituyen una excepción. En el escenario político, económico y social, tanto en entidades públicas y privadas, han surgido numerosas liderezas. Brasil, por ejemplo, no sólo tiene la primera presidenta de República, según la consultora Grant Thornton, tiene el 27% de mujeres funcionarias en el campo financiero, un porcentaje semejante tiene Perú, le siguen Chile con 21%, Argentina con 20% y México, 18%. Asimismo, numerosos gobiernos locales y regionales son gobernados por una mujer. En el ámbito doméstico también continúa en aumento el número de hogares dirigidos y proveídos por una mujer. Si los cambios son evidentes en la vida pública y privada, vale preguntar ¿cómo se ejercen y estructuran las relaciones de autoridad, desde las mujeres?
En esta ocasión, no me referiré a Thatcher, ni a las latinoamericanas de manera específica, sino que reflexiono en diálogo con Toni Morrison, intelectual afronorteamericana, acerca de los dilemas de la autoridad materna, los afectos y el poder, a partir de Consolata, un personaje creado por ella en su texto Paraíso ( [1997] 2000), porque la “ficción” desde la visión de los subalternizados, permite acercarse, explorar, interrogar y comprender el mundo de los afectos y el poder; y en segundo lugar, reflexionaré sobre la diáspora africana, el estado nación, la transnacionalidad y el poder.
La historia de Consolata se inicia en 1925 y concluye a fines de los 80. En 1925, Mary Magna, seis mujeres que la acompañan, dos niños y una niña viajan de Portugal a Nueva Orleans, Oklahoma en los Estados Unidos, para finalmente arribar a un convento, espacio social en el que acontece la mayor parte de la historia hasta fines de la década de los 80 en el siglo XX.
Observemos que el circuito en pleno siglo XX es semejante al viaje realizado por los esclavos africanos desde el siglo XVI, el viaje solía iniciarse en la Isla Gorée, en Senegal, lugar donde eran vendidos, primero por portugueses, luego por alemanes, ingleses y franceses. De la isla eran conducidos a América.
Indias y negras del convento, sujetos que van a la deriva
El sujeto de enunciación construye la historia mostrando a Consolata que despierta en el convento decepcionada de no haber muerto. Se siente harta de vivir, vida que soporta bebiendo de botellas negras con nombres hermosos, ella hubiese querido que fuese su última noche, “con la esperanza de que un gran pie descendiera sobre ella y la aplastase como una planta de jardín.” (Morrison 2000: 311). Sólo la acompañaba Mavis, quien como siempre le hablaba de mil cosas, mas sus pensamientos estaban en otro lugar.
Consolata, mujer “negra”, de algo más de cincuenta años y una salud emocional y física totalmente resquebrajada, ha consagrado su vida al cuidado de Mary Magna y al convento. Mary Magna es la madre/autoridad que reproduce en la ficción los dictados del “estado nación” norteamericano. Ella y Consolata nos permiten reflexionar en torno a la autoridad materna.
Consolata, en su viaje por la memoria, recuerda su arribo al convento cuando aún era niña y a la hermana Roberta que advertía a las chicas indias de ir a la deriva; su vida como la de ellas había ido siempre a la deriva. Ir a la deriva implicaba vivir sin proyectos personales ni colectivos, sin objetivos en la vida, sin individualidad, una vida sujeta a las órdenes y deseos de Mary Magna. Las mujeres indias y afrodescendientes carecían de proyectos de vida, de los principios modernos de individuación y de derechos económicos y socioculturales, habían sido educadas para criar y cuidar a sus opresores sin pensar absolutamente en sí mismas. Consolata y las muchachas indias crecieron aisladas de sus padres y de sus pueblos de origen.
Chicas rotas
Desde que empezó la larga enfermedad de la madre Mary Magna, arribaron al convento ocho muchachas de diversos grupos sociales en busca de un lugar en el cual vivir. Algunas se marchaban y luego volvían para quedarse porque no tenían a donde ir.
Consolata rememora que las miraba y veía “chicas rotas”, asustadas y débiles que se protegían con mentiras cotidianas. No las toleraba, por la comida mal guisada, las peleas, la risa estridente, las exigencias. Pero sobre todo “aquel ir a la deriva.” (Ibídem: 312). No tenían nada planeado, tan solo deseos, insensatos deseos infantiles; siente que se parecían a ella.
Una de las muchachas se hacía cortes en los muslos, en los brazos, en diversas partes del cuerpo. Otra anhelaba una vida de cabaret, un lugar abarrotado donde cantar. Hablaban de hombres que las esperaban en el desierto o junto al agua fresca, de hombres que las habrían querido; Consolata las escuchaba “[…] cuando las fauces de la depresión ensuciaban la limpia oscuridad, quería matarlas a todas.” (Ibídem: 313). No todas eran “indias” ni “negras”, lo que las vinculaba era ese ir a la deriva, el vacío, la soledad, el sin sentido de la existencia.
El convento y la escuela. La educación de los sentidos y la colonialidad del ser. Imágenes del estado nación. Autoridad materna y patriarcal
En 1925, Mary Magna, mujer que dirigió el convento y que encarna grandeza y soberbia, recogió a dos niños que habían dejado en la calle y a una niña, los llevó al hospital donde trabajaba, los vistió, los cuidó y con la complicidad de otras hermanas de la misión, se los llevó al barco que regresaba a los Estados Unidos, con ella volvieron seis monjas después de trabajar doce años en Portugal.
¿Por qué se llevó a los niños? ¿Por caridad cristiana? ¿Para cumplir su misión “civilizadora”? ¿Para el servicio doméstico? ¿Para que las acompañen y asistan durante su vejez?
Su pertenencia a Las Hermanas Devotas de los Indios y Gentes de Color nos dice de su propósito “civilizatorio”, la “caridad” se entiende en esos términos, ellas pagaron el billete de tarifa reducida de tres niños, Consolata era la tercera, de 9 años. Mary Magna que centraliza la autoridad, dejó a los niños en un orfelinato y se llevó a Consolata; le atrajeron de ella el “exotismo” de su huella afrodescendiente, sus ojos verdes, el pelo color de té, la docilidad de la niña: “¿O tal vez la piel ahumada, como una puesta de sol? La llevó consigo como pupila al lugar al que la difícil monja había sido destinada: una mezcla de internado y asilo para niñas indias en una zona desolada del oeste de Estados Unidos?”
Llegaron a la Escuela para niñas nativas Cristo Rey, la escuela dirigida por las Hermanas Devotas de los Indios y Gentes de Color es el lugar donde las niñas pierden su lengua, sus expresiones y prácticas culturales; se las adiestra, en una vida entera dedicada a cuidar y criar a los demás. Se les enseñó que en tanto mujeres “indias” y “de color” ser pacientes y obedientes era algo primordial. La escuela y el convento son las instituciones que reproducen el orden social y constituyen una alegoría de estado nación patriarcal. Mary Magna dirigía la escuela y convento, ella centraliza y encarna la autoridad. En esta imagen de estado nación ¿Se configura una autoridad “matriarcal”?
Consolata, a los 9 años, fue perdiendo los rudimentos de su primera lengua, solía hablar entre las normas de su primera lengua y el vocabulario de la lengua impuesta, con esta política se buscó eliminar toda huella de su pueblo de origen, se le impidió conocer las prácticas culturales, las maneras de entender la vida y las formas de conocer propias. Todo aquello que era distinto a lo que enseñaba Mary Magna, según las normas y desigualdades naturalizadas del estado nación, era considerado impropio, primitivo, salvaje. Mary Magna se apodera de los cuerpos y los subyuga educando sus sentidos, los modos de ver, oír, sentir; organiza sus anhelos, uniformiza los cuerpos homogeneizando sus actos, sus prácticas culturales, según el patrón patriarcal y eurocéntrico de poder. Este poder patriarcal autoritario y patrimonialista que estructura históricamente el estado nación exige obediencia ciega y dependencia personal a un ser superior y a sus normas escritas y no escritas, sobre todo de las mujeres de “color”, indias y “negras”, ellas no pueden decidir ni actuar sin su aprobación: “Durante treinta años, Consolata trabajó sin cesar para convertirse en el orgullo de Mary Magna y seguir siéndolo, para ser uno de sus éxitos en una vida entera dedicada a enseñar, criar y cuidar a los demás en lugares cuyos nombres los padres de las monjas nunca habían oído y eran incapaces de repetir hasta que sus hijas los pronunciaban”. (Ibídem: 315).
Consolata que dormía en la despensa, aprendió a limpiar compulsivamente, a cultivar, a cocinar; recuerda que lo primero que vio al despertar en el hospital de donde la recogió Mary Magna fueron sus ojos azules. A partir de entonces le enseñaron a mirar y a mirarse con esos ojos. Al salir del hospital acompañó a las monjas al barco llamado Atenas, desembarcaron en Nueva Orleans.
Una vez en la escuela empezó el adiestramiento. Las instituciones educativas y la autoridad materna reproducen el capitalismo patriarcal y la colonialidad del poder , mediante biopolíticas y relaciones de opresión y explotación de los cuerpos, de la naturaleza y el trabajo, el eurocentrismo y la clasificación racializada de la población. Consolata aprendió a negar sus prácticas culturales y religiosas, a avergonzarse de su cuerpo, de su “color”. Mary Magna sentía de modo semejante a los antiguos colonizadores, ella sería la encargada de llevar a Dios y la lengua verdadera a unos nativos que supuestamente carecían de ellos: “alterar su dieta, su forma de vestir, de pensar, ayudarlos a depreciar todo lo que en otro tiempo había dado sentido a su vida y ofrecerles a cambio el privilegio de conocer al único Dios, y por lo tanto, la oportunidad de la redención”. (Morrison, Ob. cit.: 320).
La colonialidad del ser supone apropiarse de la energía de los cuerpos, el control de sus afectos, la destrucción de todo aquello que alimenta el cuerpo y el espíritu, el placer, el erotismo, el saber, porque constituyen un riesgo, un peligro latente; por eso, al llegar al colegio, la primera tarea que le encargaron a Consolata fue romper las “ofensivas figuras eróticas de mármol” y vigilar las hogueras en las que ardían los libros. Le enseñaron que debía santiguarse cuando viese que algunos amantes salían desnudos; entonces, los echaba a las llamas.
Biosocialización de los cuerpos
La Escuela para niñas nativas Cristo Rey era un gran vehículo para disciplinar los cuerpos, educar los sentidos y el pensamiento. Al mismo tiempo que negaba la erotización del cuerpo, la escuela lo usó para modelarlo inculcándole, a decir de Pierre Bourdieu, los habitus necesarios para el adiestramiento en las inacabables tareas cotidianas como una forma de ofrecer su cuerpo y alma al hijo de Dios, pero en realidad era un servicio gratuito, por lo tanto un trabajo esclavizante en pleno siglo XX dedicado al fortalecimiento del capitalismo:
Consolata dormía en la despensa, frotaba los azulejos, daba de comer a las gallinas, rezaba, pelaba, cuidaba el jardín, hacía conservas, lavaba y planchaba. Fue ella y no otra quien descubrió la mata silvestre cargada de pimientos picantes y quien los cultivó. Aprendió los rudimentos de la cocina con la hermana Roberta (…) Asistía a clases con las chicas indias, pero no establecía vínculos con ellas.
Durante treinta años ofreció su cuerpo y su alma al Hijo de Dios y a Su madre de manera tan completa como si hubiera tomado los hábitos (…) Y esos treinta años de rendición al Dios vivo se quebraron como la cáscara de un huevo cuando conoció al hombre vivo. (Ibídem: 316-317)
Estas relaciones de explotación del trabajo de las mujeres “blancas” sobre las “negras” constituye la división del trabajo manual e intelectual, como parte de la clasificación racializada de la población entre el mismo género. Nótese además, que la tarea interminable de cuidar a los demás, incluye la producción de diversos artículos, la atención a las aves de corral y de las plantas. El cuidado vincula el mundo de los afectos, constituye todo un proceso productivo y de producción de conocimientos. Consolata al descubrir cómo cultivar el pimiento y otros frutos, sistematiza y produce conocimientos.
La diáspora africana. Resistencia de los cuerpos, liberación de los sentidos
Para responder la interrogante planteada, es recurrente precisar que con biosocialización enfatizo tres cuestiones, lo primero, que el ser humano no se socializa en un ámbito exclusivamente social, pues su existencia acontece en un entorno vital no humano: la Naturaleza o Madre Tierra, de la cual también emerge; la relación que se establece con ella es histórico social y depende de la cosmovisión de los pueblos, puede ser de cercanía, identificación y respeto o de lejanía y explotación. Segundo, que cada cuerpo vital posee un lenguaje propio en interdependencia con otros, que las categorías o más bien que los idiomas se quedan cortos para expresarlos y comprenderlos; tercero, que es imposible separar la corporalidad de la naturaleza de la existencia social y sus políticas.
Fueron dos acontecimientos, los que contribuyeron a quebrar la biosocialización de la colonialidad; el primero fue cuando camino a una farmacia que quedaba a unos 30 kilómetros, al que fue con Mary Magna, vio algo que no había visto jamás, un pueblo que le removió las entrañas, que avivó las huellas que quedaban de sus ancestros en su cuerpo y espíritu, que pese a las políticas de biosocialización en la escuela y convento no lograron apoderare plenamente de ella. Se sintió identificada con el pueblo donde la gente reía, donde las niñas jugaban alegremente saltando de un lado a otro con flores rojas en el pelo. No era una ciudad ruidosa sino un pueblo feliz. Consolata sintió que los conocía. No había personas trabajando silenciosamente, sino algarabía. Se trata de la diáspora africana.
La diáspora, como lo señala Clarissa Kugelberg, está constituida por una comunidad social en el destierro, cuyo país de origen es el punto central de afectos que influye sobre la identificación. Consolata se siente atraída e identificada con ellos y ellas.
El segundo acontecimiento que constituye un resquebrajamiento de la colonialidad del ser y el poder fue que mientras Mary Magna era atendida por el farmacéutico, Consolata lo vio por primera vez; sintió “pum, pum, pum” en el corazón. Era un joven jinete, se miraron, no volvió a verlo en dos meses. Este encuentro con el “hombre vivo”, con la química del amor que remueve el mundo interior, fuera del control del recinto escolar y convento contribuyó a desentrañar una vía distinta en la vida. El amor, como lo señala Jung, constituye esa energía que nos eleva “desde el cielo hasta el infierno” (2011). Este encuentro con el hombre que removió su cuerpo y espíritu, despertó el goce de ese sentir único que reafirma al individuo cuando no se pierde par siempre y totalmente en él.
Al sentir los golpecitos del amor, pareció explosionar en su corazón. Se lo contó a Mary Magna: “Pum, pum, pum, quiso decir. Pum, pum, él y yo somos iguales. (…) No vuelvas a hablar nunca de él” (Morrison, Ob. cit.: 319) le contestó, y la llevó a Middleton a confesarse. Mary Magna, no podía permitir que el amor despertara y afirmase su individualidad.
Ella se vio en sus ojos. Se mira, se reconoce en él, en la oscuridad de su piel
Consolata, a los nueve años fue violada por un hombre blanco. No volvió a conocer a ningún hombre ni deseó a nadie. Cuando cumplió treinta y nueve años, un hombre de 29 años fue a comprar unos pimientos negros, era el mismo que vio en el pueblo: “—Tienes los ojos del color de las hojas de menta. // Contestó ella en voz alta: “Y los tuyos son como el principio del mundo” (Ibídem: 321)
Era “un hombre más oscuro que la oscuridad que hendían.” (Ibídem: 322) Ella se vio en sus ojos y en la oscuridad de su piel. Así comenzó a sentir y a identificar en ella y en él todo aquello que habían querido arrancarles. A partir de entonces se encontraron cada viernes entre los matorrales de una granja quemada, entre la hierba, el barbecho y dos higueras entrelazadas, como expresión de afecto que emana de la naturaleza.
Ella se enteró de que estaba casado y que continuaría estándolo, porque mucha gente dependía de él. Durante un tiempo volvieron a reencontrarse en el lugar en el que las higueras insistían en sobrevivir como ellos; hasta que desapareció. Él formaba parte de un movimiento de liberación de la diáspora africana.
La sabiduría médica de Lone Du Press y la amistad
Lone Du Press, pequeña y amorosa, guarda la tradición médica afrodescendiente, es la curandera que alivia las dolencias. Consolata le habló de ella a Mary Magna, le contó que le había dado un líquido para la menopausia. A Mary Magna como maestra le parecía una tontería, pero como mujer admitió que podía ayudarla; le recomendó que tuviera cuidado porque Lone realizaba “extrañas prácticas”. Como sabemos, el estado nación y sus representantes eurocéntricos, a pesar de negar los saberes no occidentales, se apropian de ellos cuando les son “útiles”. Para Lone, la tierra, el aire y el agua, tienen vida y son sagrados. Consolata, que había sido educada por Mary Magna, en esos momentos no sentía lo mismo.
En otra ocasión, Lone socorrió a Scout Morgan de 15 años, quien se había escapado con sus amigos a Red Fork para ir al Rodeo Negro a pesar de la prohibición de sus padres. El camión que manejaba chocó contra los postes. July Persons y Easter, sus amigos, fueron expulsados del vehículo, pero ilesos. Scout fue el más afectado. Lone lo atendió, pero como se sentía muy vieja y sin fuerzas, pidió a Consolata que “entrara dentro de él” (Ibídem: 345). Consolata sin vacilar “entró” en él y en esos instantes sintió la carretera, el estridencia del camión, el dolor de cabeza, un puntito de luz que se alejaba, hizo acopio de energía y observó que crecía, se concentró aún más y lo logró, Scout abrió los ojos, su madre se sintió muy agradecida. Consolata se sintió entusiasmada y avergonzada por aquellas “extrañas prácticas”. Lone le explicó que no tenía por qué avergonzarse ni despreciar su don.
Durante los últimos días de vida de Mary Magna, Consolata “entró” en ella con el objeto de ayudarla, halló luz, la fortaleció, brilló hasta que partió. Consolata finalmente aceptó su gracia, Lone le llamaba “entrar”, Consolata “mirar dentro”. El don consistía en dar todo de sí para comprender lo que ocurría en su sentir y en su cuerpo, ponerse en su lugar y transmitir toda la energía posible para curar o cuando menos aliviar. Cuando Mary Magna murió, Consolata tenía cincuenta y cuatro años, se sintió más huérfana que nunca; no tenía papeles, ni seguro ni familia ni trabajo, la única persona que la ataba al mundo se le iba. Los lazos de dependencia son absolutos, Consolata carecía de vida propia, por eso el vacío, la pérdida de sentido, el querer morir.
Consolata cocina, sazona, escucha… en un convento sin murallas
Después de la muerte de Mary Magna, muchachas jóvenes, abandonadas a su suerte, arribaron al convento, Consolata trató de apoyarlas. Pallas, de 16 años, llegó embarazada, con los ojos llenos de lágrimas y de repugnancia al bebé que acunaba su cuerpo. La joven se rehusó a tenerlo e intentó abortar, el bebé nació, pero luego murió.
También arribaron universitarias, de las clases altas como Connie, quien a pesar de supuestamente tenerlo todo, se sentía muy sola y no le encontraba sentido a la vida; sus madres y padres, mientras tanto, estaban ocupadísimos en políticas de alta productividad y consumo. Palla también solía abandonar la universidad. Dee Dee, era otra joven desamparada. Gigi tomaba baños calientes debido a los golpes propinados por K. D., el sentido de amor de éste no deparaba alegría sino violencia; por eso, Mavis y Séneca lo echaron.
Las cicatrices de Séneca
Séneca, en el penúltimo curso de la escuela secundaria, recordó que antes de su hermanastro, otro chico de la casa de mamá Greer, la violó por primera vez, Harry le arañó la barriga mientras tiraba de sus pantalones. Mama Greer la bañó y al ver la herida le pidió que se lo contara, ella no sabía si contarle lo que Harry le había hecho o el arañazo, le narró la violación:
No vuelvas a decir eso nunca más, ¿me oyes?, ¿me oyes? En esta casa no pasan estas cosas”. Tras una comida en la que le dieron sus platos favoritos, la enviaron a otra casa. Durante años no sucedió nada. Hasta que llegó al penúltimo curso de la escuela secundaria. Para entonces ya sabía que dentro de ella había algo que hacía que los chicos la agarrasen y los hombres se exhibieran en su presencia. Si estaba tomando Coca-Cola en una cafetería con cinco chicas y un grupo de chicos hacía una apuesta, ella era la escogida para que la pellizcaran un pezón. Podían pasar calle abajo cuatro chicas, o tal vez una sola, pero cuando pasaba ella, el hombre que estaba sentado con su hijita en el banco de un parque se sacaba el pene y hacía ruidos con la boca como si la besara. No era mucho mejor buscar refugio en los novios. Daban por hecho que debía sentir devoción por ellos, pero si se quejaba de que amigos o desconocidos le metían la mano, su furia se dirigía contra ella, de manera que sabía que la causa estaba en algo que llevaba dentro. (Ibídem: 367)
¿Por qué este ensañamiento con Séneca? ¿Por ser mujer de “color”? La enunciarte sitúa el contexto: a los 10 años vio llorar la muerte de Kennedy, a los 15 el asesinato de M.L. King en primavera y otro Kennedy el verano siguiente. En esos días, no fue a la casa donde trabajaba cuidando niños, se quedó trazando calles, caminos y callejones en sus brazos.
Consolata Sosa, ¿la madre ideal, la compañera? El derecho de soñar. Autoridad materna descolonial, un lenguaje nuevo
La mesa está puesta y la comida servida. Consolata se quita el delantal. Con la aristocrática mirada de los ciegos, mira a las mujeres a la cara y les dice:
—Me llamo Consolata Sosa. Si queréis estar aquí, tendréis que hacer lo que diga, comer como os diga, dormir cuando os lo diga. Y os enseñaré lo que queréis saber. (Ibídem: 368-369)
Consolata toma la palabra, se identifica y habla por sí misma. El convento sufrió una transformación después de la muerte de Mary Magna, de la madre/jefe autoritaria cuyas imágenes representan el poder, la dominación patriarcal encarnado en una mujer, la visión eurocéntrica y las relaciones racializadas de explotación del trabajo impuestas sobre las niñas “indias” y “negras”. Consolata acoge y escucha a las jóvenes que arriban al convento sin exigirles ni cobrarles nada; siente los dilemas que produce el dirigir y gobernar. En un primer momento Consolata dice: “tendréis que hacer lo que diga, comer como os diga, dormir cuando os diga” con lo cual revela que ella da las pautas de convivencia, gran parte de las decisiones y normas están establecidas por ella con el derecho que le da la experiencia que quiere compartir, pero pronto se da cuenta de que urge escuchar, aprender y comprender; de este modo fue configurando nuevas relaciones de autoridad:
Aquella dulce y pacífica anciana que parecía quererlas tanto, que nunca las criticaba, que lo compartía todo pero necesitaba poco o ningún cuidado, que no exigía que le dedicaran ningún cuidado, que escuchaba, que no cerraba las puertas con llave y aceptaba a cada una como era… ¿De qué está hablando esta madre ideal, amiga, compañera, en cuya compañía no podía sucederles nada? ¿En qué está pensando esta casera perfecta, que no cobraba nada y acogía a todos; esta abuelita de cuento a la que se podía hacer confidencias o bien no contarle nada, mentirle o sobornarla; esta madre ficticia a la que el hijo podía abrazar o abandonar cuando se le antojara? (Ibídem: 369)
No sujetaba a nadie, tenía las puertas abiertas, si había alguien que lo quisiera se podía ir. Ninguna se marchó. Hubo preguntas nerviosas, sonrisas inquietantes, gestos mohínos, expresiones de agravio, pero en un instante comprendieron que no podían dejar el único lugar que eran libres de abandonar. El amor y autoridad de esta mujer no sujeta, no oprime.
Todas limpiaron el espacio, las piedras quedaron muy limpias, se desvistieron, se echaron en el suelo como se los indicó Consolata, se pusieron cómodas y ella se dispuso a dibujar el contorno de la silueta de cada una, remarcando su espacio e individualidad en el colectivo. Compartió su historia con ellas, les contó de las carencias, de cómo la separación del cuerpo y el espíritu constituyó la negación de su ser en el proceso de biosocialización inculcado por Mary Magna. Sin mencionar su nombre, les contó que de niña una mujer:
[…] me enseña que mi cuerpo no es nada y mi espíritu lo es todo. Estoy de acuerdo con ella hasta que encuentro a otro. Mi carne está tan hambrienta que se lo come. Cuando él desaparece, la mujer rescata de nuevo mi cuerpo. Lo salva por dos veces. Cuando su cuerpo se pone enfermo, lo cuido de todas las maneras que un cuerpo puede hacerlo. Lo sostengo en mis brazos y entre mis piernas. Lo limpio, lo acuno, entro en él para que siga respirando. Cuando ella se muere, no puedo aguantarlo. Mis huesos sobre los suyos es lo único bueno. Nada de espíritu. Huesos. No es distinto del hombre. Mis huesos sobre los suyos, la única verdad. (Ibídem: 370-371)
En su descripción de los acontecimientos, el cuerpo constituye la fuente de sentidos e identificación en su reencuentro con la clara oscuridad del hombre amado y consigo misma, recupera la unidad del cuerpo y del espíritu; pero la madre autoritaria le impide fluir y pierde nuevamente esa unidad. Consolata brinda cuidados a Mary Magna hasta el día de su muerte, sólo entonces comprende el grado de dependencia y sujeción que anuló su existencia.
Las muchachas escuchan la historia y los sueños liberados de Consolata, se sienten identificadas; fluye un lenguaje propio, les habla de claveles grandes como árboles, de enanos con diamantes en lugar de dientes, de serpientes que despertaban con la poesía y las campanas, de los peces que nadaban como niños. Se libera su cosmovisión y el derecho a soñar, se abre la posibilidad de construir juntas un lenguaje nuevo, de crear un ordenamiento distinto, de edificación permanente teniendo como fuente vital a la naturaleza.
El arte como salvación, todo cambia. Individualidad y comunidad
Pallas, una de las muchachas, insistió en comprar témperas y tizas de colores. Séneca reprodujo una de sus más grandes cicatrices, las heridas de la dominación. Conversaron de lo soñado y dibujado, Palla pintó un niño en el vientre de su plantilla. Hicieron grabados de diferentes partes corporales y de parejas que se amaban bajo un sol infantil.
Se alimentan con ternura, sueños, sin derramamiento de sangre, Consolata aprende a escucharlas, acepta sus sugerencias, dibuja sus siluetas y cada una se reconoce en ellas de manera diversa, con rasgos propios. Descubrieron que poseían cuerpos hermosos que les habían sido negados, que podían moverse y sentir, la expresión de sus ojos cambió, se mostraron más comunicativas, sosegadas y observadoras. No todas son afrodescendientes ni indígenas, pero todas llevaban cicatrices en el cuerpo y en el alma, todas fueron violentadas, pero ahora se encontraban a sí mismas, afirmaban su individualidad en comunidad
Reflexiones finales
Como siempre, estas palabras finales no son reflexiones definitivas sino inconclusas. Por ahora, podemos señalar que se plantean tres tipos de relaciones de autoridad materna; una autoritaria, otra con una dosis de maternalismo/ paternalismo reproductoras y afirmadoras del lenguaje y de la dominación y el orden sociosimbólico patriarcal, del eurocentrismo y de la razón del cálculo y explotación; y la tercera contrahegemónica, una autoridad materna desorganizadora, descolonial vinculada a la idea de diáspora y transnacionalidad que descompone el lenguaje del patrón dominante de poder en todas sus dimensiones.
El concepto de diáspora otorga la posibilidad de entender la organización social de las comunidades de exiliados; las mujeres exiliadas en el convento son sujetos diaspóricos, que no tienen en común un lugar de nacimiento, constituyen una totalidad heterogénea, transnacional, sin fronteras, en tanto no todas son afrodescendientes sino que proceden de diferentes grupos sociales y territorios, decididas a construir un lenguaje nuevo a partir de la experiencia común de dolor y sufrimiento, de la experiencia corporal en su diversidad e individualidad y no en su negación, entendiendo, además, que el lenguaje del cuerpo es histórico.
Consolata, al final de sus días siente que ya no tiene nada que perder, que le queda un poco de energía para abrir el “convento” a la creatividad, siente la necesidad de abrir sus sentidos y la totalidad de su ser, recibe los aportes de cada una, el arte se convierte en un instrumento de liberación, porque mediante él se pueden liberar la pluralidad de saberes, sueños y sentires.
De este modo se bosqueja otro tipo de autoridad materna, no es centralizada ni reproductora de la dominación patriarcal, constituye un continuo proceso de invención y aprendizaje. La autoridad de Consolata, biosocializada para la economía del cuidado, le da otro sentido, otra valoración. Con sus cuidados, con sus afectos y amor, pilares de la vida, no sujeta, no subyuga ni explota, acompaña, enseña y aprende, se libera a sí misma y contribuye a liberar a las jóvenes que piden ser escuchadas, se retroalimentan saberes, afectos y sentires, el proceso de aprendizaje es recíproco.
La autoridad materna de Consolata, una mujer afrodescendiente, encarna el poder descolonial, desconcentrado, desracializado, despatriarcalizado; ella y las jóvenes crean un espacio social distinto; en él existe la posibilidad de ser, de decir, de hacer y de convivir
Morrison tiene la habilidad de mostrar los recodos del poder, la dominación patriarcal en su grado más autoritario encarnado en una mujer como Mary Magna, el maternalismo, una suerte de paternalismo o tutelaje; pero también su cuestionamiento, el descubrir que es posible crear y construir otras relaciones de autoridad pero a no partir de una razón que coloniza, racializa y subyuga, sino que acoge y escucha, que ama facilitando el fluir libre del ser; entendiendo al cuerpo como fuente de conocimiento, y sobre todo revalorando y dialogando con las experiencias y saberes subalternizados. La autoridad materna bosquejada por Consolata y las jóvenes que la acompañan constituye un proceso que expresa la posibilidad de vivir en pluralidad y en comunidad. Vivir en comunidad no supone uniformizar, eliminando las individualidades; por el contrario, supone la heterogeneidad y la convivencia con autonomía.
La mutación que sufre el convento constituye, asimismo, imágenes del desmoronamiento de las fronteras nacionales (conventuales), se quiebran sus muros simbólicos, sus normas, sus valores, las relaciones de explotación y dominación, la racialidad y el consumismo, pese al discurso libertario y ciudadano, y a la imagen de familia feliz del “estado nación” norteamericano, del capitalismo patriarcal que exige una alta productividad y consumismo para llenar los vacíos existenciales que genera.
La visión descolonial, transnacional y democratizadora que trasciende la modernidad genocida y su colonialidad, proviene del mundo juvenil y de la diáspora africana, pero no se encierra en ella. Las exiliadas empiezan a construir una manera distinta de gobernarse y gobernar pero sin modelos ni vías conocidas, sino que las van edificando en el camino.
Sin embargo, cuando una de las muchachas, Connie hermosa y erguida, se acercaba a su casa conduciendo por Central Avenue, “Entonces se daría cuenta de qué era lo que faltaba: a diferencia de algunas personas de Ruby, las mujeres del convento ya no estaban angustiadas. Ni perseguidas, podría haber añadido. Pero en eso se habría equivocado.” (Morrison, Ob. cit.: 374) El sujeto /actante de enunciación concluye enfatizando que en el “convento” se estaba edificando unas relaciones de poder y autoridad que constituía un peligro desorganizador del orden dominante.
Notas:
1. Artículo publicado en la Revista de Sociología, UNMSM, (Lima) 22 (2012): 69-84 y en Poéticas afroindoamericanas, episteme, cuerpo y territorio, Pakarina / UNMSM, 2014.
Bibliografía
Bourdieu, Pierre (1997). Razones prácticas. Sobre la teoría de la acción. Barcelona: Anagrama.
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