Memorias de la mañana de Mario Zúñiga Lossio
Memorias de la mañana de Mario Zúñiga Lossio
Carolina O. Fernández
Hace unos meses Juanito sin Tierra me envió un grato mensaje por las redes, contándome que había sido mi alumno hace por lo menos dos décadas y que escribía poesía y que había sido ganador del prestigioso premio José Watanabe Varas el 2021, fue así que nos reunimos, charlamos e intercambiamos libros. Mario Zúniga Lossio obtuvo el premio de poesía indicado con el libro Notemas de Nía Shareva que disfruté leer y ha sido una grata sorpresa recibir su invitación para comentar Memoria de la mañana (Gato Viejo, 2024), libro que esta noche nos convoca.
En el poemario se configuran diversas voces con la presencia de sus heterónimxs Nía Shareva, Julián Vilca y Baldo Orens cuyas señales tienen marcas de género y de su formación como antropóloga, la primera; diseñador gráfico y productor audiovisual, el segundo; y periodista interesado en filosofía y ciencias místicas, el tercero, según da cuenta el autor en la última página del libro. Mario Zúñiga estudió antropología en esta casa de estudios y como todo investigador en ciencias sociales viaja y toma notas, las cuales se han convertido en insumos para su obra poética junto a su viajes por los recuerdos de su infancia, cuando vivió y compartió juegos y amores con niñas y niños Asháninkas.
Son estos recuerdos vividos e imaginados los que aparecen en la voz configurada de Nía Shareva, huérfana de madre, madre soltera y antropóloga que recorre y navega con sus hijas en medio del bosque y elocuentes ríos que la interpelan a preguntarse y reflexionar sobre la vida. En uno de los textos, que Nía dedica a su padre, destaca su pericia con la madera, el conocimiento y cuidado del bosque, así como la peculiaridad de su carácter: “el único valiente de los perros/ que no mordió a mi madre cuando se iba /Nunca la golpeaste, pero siempre fuiste el más fuerte y el más malo./ te recuerdo triste /sentado/ derrotado” (25). Este recuerdo del padre/trabajador derrotado es una imagen distinta a la del abuelo.
Nía Shareva reflexiona sobre la dureza de la vida en la Amazonía peruana, sobre la ambivalente interacción entre los animales no humanos y los propios humanos, afirma que estos: “siempre han sido hermanos, hermanas, pero también enemigos”. (28) Aseverando que la hermandad existe junto a mitsakunas mezquinos y líderes asesinos.
Esta paradoja de la especie no solo humana también se expresa a través de las voces textuales de los heterónimos letrados Baldo Orens y Julián Vilca. Pareciera que por naturaleza la vida fluiría siempre así, por lo que no quedaría más que conformarse ante esa oscura ambivalencia del sujeto no solo humano.
Y cuando como lectora me gana el escepticismo, rememoro las viejas discusiones antropológicas y sociológicas conductuales sin espacio ni tiempos situados ni recobrados que no tienen en cuenta el poder, la avaricia, el patriarcado, la colonialidad, el colonialismo y el capitalismo que todo lo destruye y corrompe, entonces resuenan las voces primigenias configuradas en las primeras páginas de Memoria de la mañana, voces elocuentes de un sujeto poético en tercera persona que refieren el acto no democrático sino “ipiakrático”, “mingakrático” de la yuca (p. 16), el masato, trabajado en mingas, el mapacho, la huamanripa. Esta voz en tercera persona se transforma en la voz poética de la yuca en primera persona: “Soy la Voz de la yuca La Yuca misma en la lengua/ La Yuca sabia y chistosa política / La Yuca económica/ La Yuca que Marx y Marvin Harris se olvidaron de trabajar, conceptuar, comer, beber” (p.17). Versos en los que se ironiza las grandes limitaciones de las ciencias sociales occidentales y se critica a sus padre teóricos.
Paralelamente, mientras leo, siento las voces de los árboles y las árbolas, las voces del bosque, del río, del mar y las montañas que resuenan también por la experiencia de mi propio existir, este proceso aclara el horizonte; porque me permite sostener que en Memorias de la mañana se aprecia el cuestionamiento a las voces de “expertos y expertas” (p.17) que encarnan la incomprensión y desconocimiento de otras maneras de vivir y convivir distintas al episteme de la razón genocida, episteme en el que se forman la mayor parte de profesionales en el país, incluidos las voces heterónimas de las voces configuradas. Llamar la atención en torno a esta limitada formación es fundamental y parece ser uno de los postulados de este libro. En ese transcurso, los bosques y por momentos las madres, adquieren un singular valor para curar las heridas y sanar.
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